Hablar de la muerte

Hablar de la muerte

Para todos es difícil hablar sobre la muerte. No sabemos cómo comprenderla ni explicarla, y muchas veces no le encontramos un sentido. Quizás esta dificultad para hablar sobre la muerte esté dada porque en realidad no conocemos nada sobre ella. Sólo sabemos que nos genera un gran dolor cuando enfrentamos la partida de alguien que queremos, y que algún día todos la experimentaremos.

De todas formas, cuando hemos vivido la muerte de un ser cercano, hemos podido conversar de esto con alguien de nuestra familia o con nuestros amigos, y ese mismo ejercicio nos ha ayudado a superar la pena y tristeza que esta pérdida nos ha provocado.

Ahora bien, estas dificultades que implican para los adultos hablar sobre el tema, se vuelven mucho más fuertes cuando es a un niño(a) a quien debemos explicarle de qué se trata todo esto. Tendemos a pensar que ellos son demasiado pequeños como para entender lo que pasa, y creemos que no se darán cuenta de lo sucedido. Muchas veces son nuestros propios miedos los que nos dificultan hablar con los niños(as) sobre la muerte, y muchas veces también, estas conversaciones se dan en el contexto de la pérdida de un ser querido que para nosotros mismos ha sido muy importante, lo cual nos tiene tristes y nos dificulta explicarles sin que esto mismo nos de más pena.

Todo lo anterior facilita que, en general, nadie le cuente a los niños(as) qué es la muerte ni qué implicancias tiene, y lo que es más complejo aún, que nadie los acompañe en su propia vivencia de pérdida.

Lo que debemos saber es que los niños(as) sí tienen preguntas sobre la muerte y que requieren que un adulto les ayude a entenderla y a abordarla tomando en cuenta tanto sus necesidades, así como los códigos y maneras de expresarse propios de cada edad. La pregunta que surge de manera espontánea entonces es

¿Cómo hacerlo?

Lo primero que debemos considerar es que los niños(as) tienen diferentes representaciones sobre la muerte dependiendo de su edad. Por lo general, antes de los 5 años no tienen claridad acerca de los tres elementos centrales de la experiencia de la muerte:

a) Que es irreversible

b) Que se caracteriza por la ausencia de las funciones vitales.

c) Que es universal, es decir, que todos debemos morir en algún momento.

Es por esto que muchas veces suelen pensar que la persona fallecida sigue viva, y que va a volver en algún momento.

Lo segundo que debemos saber es que los niños(as) pueden reaccionar de maneras muy diferentes ante la pérdida de un ser querido. Pueden experimentar angustia, un estado de inquietud psicológica y física que se refleja en el miedo a perder a otros seres queridos y la necesidad de estar cerca de sus padres o cuidadores. Pueden sentir culpa, al pensar erróneamente que ellos están involucrados en la muerte del ser querido, o que algo que ellos hicieron (portarse mal, malas notas en el colegio, pataletas, etc.) pudiera haber provocado su partida. También pueden negar la muerte, y actuar como si aquello no hubiera sucedido. Por otro lado pueden sentir mucha rabia, mostrarse irritables, expresar su dolor a través de conductas disruptivas o de riesgo para su propia integridad. Finalmente, pueden sobreadaptarse a la situación, tratando de ser quienes consuelan a los demás por la pérdida, sin tener el espacio para ellos mismos vivirla y elaborarla.

Lo tercero que debemos considerar es que en la medida que un adulto acompañe al niño(a), ya sea respondiendo las normales preguntas que pueda tener sobre la muerte, así como conteniendolo emocionalmente cuando viva la pérdida real de un ser querido, podrá incorporar la experiencia de la muerte como un elemento que es parte de la vida, y no como un terror sin nombre que pudiera desorganizarlo.

Considerando estos tres elementos que acabamos de nombrar, y entendiendo que la principal herramienta para ayudar a un niño(a) a entender la muerte es la calidad y seguridad en el vínculo que existe entre él y un adulto significativo de su historia, podemos recomendar algunas estrategias concretas para abordar la pérdida de un ser querido al momento de hablar con un niño(a):

Mantener la calma y la tranquilidad al momento de hablar con ellos: Si ellos se dan cuenta que la muerte es un tema tabú para los adultos, lo más probable es que se vuelva tabú para ellos también. Por el contrario, si observan que a pesar del dolor, el adulto mantiene la tranquilidad y capacidad de contenerlo, el niño(a) se tranquilizará.

Hablarles de manera sencilla y sin rodeos, pero con un lenguaje que ellos puedan entender: “El abuelito ya no está con nosotros aquí en la casa, él está ahora en otro lugar (dependiendo de las creencias familiares, puede ser en el cielo, en una estrella, en el recuerdo de quienes lo quisieron, etc.), él no va a volver así como estábamos acostumbrados a verlo, pero podemos seguir comunicándonos con él de otras maneras, o recordándolo cuando queramos sentirlo cerca”

Responder a las preguntas que a ellos les surjan y al ritmo que ellos establezcan: No tenemos que agobiarlos con explicaciones y teorías complejas sobre la muerte, ni con detalles crudos e innecesarios sobre el fallecimiento de la persona, sino al contrario, dar un explicación general y estar disponible a las preguntas que a ellos les interesa encontrar una respuesta

Normalizar sus sentimientos: Explicarle al niño(a) que es normal que sienta tristeza, pena, y sufrimiento, o que extrañe y desee ver al ser querido que ha partido. Debemos permitirle hablar de eso, llorar si él lo necesita, y que entienda que aunque él sienta aquello, siempre contará con un adulto que lo acompañe.

No obligar a un niño(a) asustado a ir a un velorio o entierro de un ser querido: En lo posible, debemos darle la posibilidad de elegir si quiere ir a despedir a quien ha fallecido, y darle a entender que si no va, pueden existir otras maneras de decirle adiós. En caso de asistir, debemos explicarle que ésta es una ceremonia familiar en la cual todos expresaremos cuánto queríamos a esa persona y que nos despediremos de él, dejándolo en un lugar donde descansará su cuerpo.

Facilitar un vínculo espiritual en el tiempo: Honrar a la persona de alguna manera, encender una velita, rezar, preparar un álbum de fotos, contarle historias, dibujar, evocar su recuerdo.

Facilitar la expresión de las emociones del niño(a): Darle a entender que si lo desea puede recordar al ser querido a través de juegos, cuentos, y dibujos, es decir, en el lenguaje que los niños(as) mejor manejan para elaborar sus emociones.

Por lo general, este abordaje permite que el niño(a) vaya incorporando la muerte del ser querido como parte de su historia, y lo que es más importante, entendiendo que a pesar de que en la vida existan momentos difíciles, éstos se pueden superar con la ayuda de otros seres significativos para él.

Lamentablemente, hay situaciones en las cuales los niños(as) no pueden elaborar el duelo ante la pérdida de manera adecuada, lo cual genera en ellos múltiples molestias como son: pérdida de interés en sus actividades y eventos diarios, insomnio, pérdida del apetito, miedo prolongado a estar solo, manifestación frecuente del deseo de irse con el fallecido, y aislarse cada vez más de sus amigos, compañeros de clase y vecinos.

En el caso de que observemos que un niño(a) presenta estas dificultades ante la pérdida de un ser querido, es importante solicitar ayuda profesional para poder ayudarle a estar mejor. Una buena decisión será entonces solicitar orientación telefónica en el Servicio Fonoinfancia (800-200-818) o solicitar una hora de atención psicológica en la Red de Salud.