El juego y el movimiento en la infancia

El juego y el movimiento en la infancia

En tiempos de la tablet, las redes sociales, los juegos en línea y las pantallas, parece ser crucial preguntarnos por el lugar del cuerpo y el movimiento en el desarrollo escolar. El aprendizaje, el movimiento, el juego y la exploración son palabras que están íntimamente relacionadas cuando nos referimos a la vida de un niño o niña. Sin embargo, no siempre está garantizado que esto se valore y se estimule en casa o en los contextos educacionales.

¿Por qué deberíamos valorarlo? El movimiento es fundamental para apoyar el desarrollo de los niños en varios planos; neurológico, motor, intelectual, emocional y social, permitiendo la interacción constante con su medio ambiente y con otros. Si los niños tienen la posibilidad de jugar, descubriendo y practicando diferentes movimientos, podrán progresivamente organizar su corporalidad. Esto otorga mayor coordinación y manejo sobre su cuerpo, por ende, un mayor conocimiento de sí mismo. Sin duda cada niño/a se relaciona de manera diferente al movimiento de su cuerpo y la apuesta es buscar despertar esto en cada uno de manera singular, respetando los diferentes ritmos.

La experiencia por medio del movimiento reporta a los niños y niñas la sensación de mayor autonomía, seguridad y confianza en sus posibilidades de actuar conscientemente. Esta práctica de movimientos y de acciones con sentido permitiría a cada niño organizar y construir, de manera paulatina, una representación mental de su cuerpo y de sí mismo. Potenciar esto en la infancia permite que, en la adultez, exista una mayor conciencia de su cuerpo, una coordinación favorable y, por lo tanto, una mayor facilidad para involucrarse en actividades que requieran voluntad corporal. Así, movimiento, desarrollo y aprendizaje se influyen mutuamente:

Entonces, ¿cómo incorporamos el movimiento en la cotidianeidad de los niños y niñas?

El juego es una vía privilegiada. Esto puede ser especialmente relevante para los educadores, ya que lo lúdico no solo permite asociar diferentes elementos y mantener a los niños/as atentos/as, sino que también introduce lo placentero y lo gozoso en dichas actividades.

Al contrario, la ausencia de movimiento, sobre todo en ámbitos escolares, va asociando el aprendizaje con estar en silencio, quieto y sentado en una silla. Esta asociación es sesgada pues olvida que el aprendizaje está tanto en el movimiento y el juego como en sentarse a leer un libro o conversar, más aún, existen tantas formas de aprender como niños y niñas hay.

El juego se vuelve aún más relevante cuando consideramos que es el lenguaje de un niño. Por medio de él, manifiesta sentimientos, emociones, retrata situaciones de su vida cotidiana, interpreta diferentes roles e incluso transmite deseos y fantasías. Esto sucede tanto en los juegos que requieren actividad física, como también en los que se desarrollan sentados o de manera más tranquila. Cuando los adultos juegan con los niños, es posible lograr un vínculo a otro nivel, ya que generalmente es el niño o niña a quien se le pide constantemente que se adapte, se adecúe, al mundo adulto. Cuando jugamos con ellos, posibilitamos un espacio donde nos adaptamos y nos movemos en un lenguaje más conocido, más familiar y más accesible para ellos.

Diferentes juegos y diferentes movimientos

Un juego puede ser de movimiento libre, semi-guiado o guiado. Así, al momento de planificar alguna actividad podemos entregar diferentes consignas que incentiven el movimiento y ayuden a crear un juego que pueda desarrollar una idea o concepto. Por ejemplo, una actividad que promueva el movimiento libre es aquella que incorpora lo que surge del niño o niña de modo espontáneo y sin guiarlo demasiado, por ejemplo, cuando proponemos avanzar de un punto a otro “de cualquier manera” o “como se les ocurra”. Un movimiento semi guiado lleva una consigna un poco más directiva, por ejemplo, avanzar de un punto a otro “en cámara lenta” o “como si estuvieran muy apurados”. Por otra parte, un movimiento guiado consiste en una consigna que dé más pistas, por ejemplo, avanzar de un punto a otro “en parejas, tomados del brazo y coordinando sus pasos” o “dando tres vueltas y luego dar dos saltos”.

Esta distinción resulta importante para planificar actividades y prestar atención tanto al movimiento guiado como libre, tomando los matices y explorando todos los estilos. Muchas veces esperamos que los niños muevan su cuerpo de una manera en particular, al modo como lo hace un adulto, que jueguen los juegos de determinada manera, que se muevan “armónicamente”, que construyan figuras de manera detallada… Es relevante valorar la forma en que cada niño siente el movimiento, ya sea brusco, inquieto, lento o rápido. Para esto, dejemos de lado por un momento las ideas adultas que tenemos sobre “el buen moverse” –o sobre cómo el cuerpo debiese moverse– pues esto nos lleva a guiar algo que debiese ser una exploración constante.

Tomemos el riesgo que implica incorporar la exploración, el movimiento y el cuerpo a nuestras actividades escolares, y no solo en la asignatura de educación física. Sabemos que el desafío es, justamente, proponer un aprendizaje que incorpore el juego y la diversión, no como un estorbo o molestia, sino como aliados que sirvan para encantar, de manera activa, a los niños con su educación diaria.